Una de las circunstancias que con más frecuencia nos desestabilizan son los conflictos con otras personas, ya sean familiares, parejas, hijos, amigos, compañeros de trabajo o, incluso, desconocidos. Las ocasiones para el conflicto interpersonal son numerosas en el día a día y, de saber manejarnos en él o no, dependerá nuestro bienestar.
De todos es sabido que el ser humano es un ser social; esto es, que necesita de la relación con otros para poder ser y alcanzar su plenitud. Tanto es así que, si hiciéramos una resonancia magnética funcional a personas que han recibido una agresión física, y a otras que han sido insultadas o aisladas, veríamos cómo el dolor físico en su dimensión afectiva y el dolor social activarían las mismas áreas cerebrales. Incluso el recuerdo del dolor social, aunque el conflicto interpersonal haya terminado hace tiempo, produciría el mismo resultado (Martín et al., 2020).
Ante una circunstancia tan inherente a nuestra naturaleza, parecería claro que nos jugamos mucho en el encuentro con otras personas; en todas aquellas oportunidades de generar contactos positivos, o bien, conflictos que nos desequilibran y rompen nuestro bienestar.
Saber escuchar genuinamente al otro, entender lo que nos dice y nos quiere transmitir, y poder construir conversaciones que traspasen la superficialidad y creen vínculos, son estrategias a nuestro servicio y a nuestro alcance para acercarnos a ese necesario contacto sano con los otros. Sin embargo, que tengamos la capacidad de escuchar, de entender o de dialogar, no significa necesariamente que pongamos estas habilidades en marcha de manera automática y efectiva. Sucede muchas veces que hemos aprendido a relacionarnos de otras formas; formas que, en algún momento, nos han servido para protegernos o evadirnos de situaciones peligrosas u hostiles, pero que no por eso serán adaptativas en todos los contextos.
Estaremos de acuerdo en que, solo cuando las semillas reciben el agua, la luz y el espacio necesarios, se desarrollan. Del mismo modo, solo cuando ponemos en marcha, entrenamos con consciencia y constancia, y perfeccionamos estas habilidades, se desarrollarán y estarán a nuestra disposición de manera casi automática en cada ocasión de contacto.
Quizás valga la pena que hagamos el esfuerzo y nos pongamos por obligación este entrenamiento que nos puede ayudar a manifestar conductas de unión y a enriquecernos, de una manera u otra, ante el contacto con los demás ¡Y cuánto estaríamos aportando a la comunidad y a la sociedad en general! ¿No te parece?
Te propongo, por tanto, que lo apuntemos en este plan de entrenamiento mental, como una obligación, porque lo obligatorio no es más que lo necesario para nuestro bienestar.
Si te ha gustado la propuesta y aceptas el reto, suscribiéndote gratuitamente a mi newsletter, recibirás algunas ideas, que Elke Wiss desarrolla muy bien en su libro Piensa y Razona como Sócrates, Manual para un Diálogo Inteligente, que pueden servirnos para reflexionar acerca del estado de nuestras habilidades y de nuestro estilo relacional, y que, quizás, nos den pistas sobre cómo hacerlas crecer.
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Bibliografía
Martín, Y.P., Muñoz, M.P., Ares, D.G., Gallardo, I.F., & Costa, I.R. (2020). El cuerpo duele, y el dolor social... ¿duele también? Atención Primaria, 52(4), 267-272.
Wiss, E. (2023). Piensa y Razona como Sócrates. Manual para un Diálogo Inteligente. (María Teresa Palomas Trad.) Plataforma Editorial. (Versión original publicada en 2020).