Como habíamos abordado en entradas anteriores, el contacto con otra persona supone una ocasión inmejorable para el autoconocimiento y el aprendizaje. Muchas veces, a falta de datos objetivos, resulta complejo hacer evaluaciones sólidas sobre nuestras propias habilidades, pues los objetivos que nos autoimponemos suelen ser variables (por ejemplo, lo que para mí significa hoy ser excelente en una tarea, quizás no sea lo mismo mañana; y, como consecuencia, mis autoevaluaciones cambiarán constantemente), lo que hace que nuestro juicio sea inestable.
Sólo en el contacto, somos capaces de ver al otro, de vernos a nosotros mismos y de hacer evaluaciones más estables e informativas a través de la comparación social, por lo que solemos preferir este tipo de valoración. Incluso cuando las personas tienen información objetiva sobre su rendimiento en una habilidad determinada, las comparaciones con personas concretas del entorno más cercano o de la situación más inmediata pueden tener una mayor influencia en la autoevaluación y el bienestar.
La Teoría de la Comparación Social (Festinger, 1954), hace, por tanto, referencia a la tendencia del ser humano a comparar ciertos aspectos de sí mismo (comportamiento, opiniones, estatus o éxito) con los de otras personas con el fin de tener una mejor autoevaluación (y autoconocimiento). Sin embargo, hay ocasiones en que, más que retroalimentación, lo que se busca con la comparación son otros objetivos, como mantener una imagen positiva de uno mismo o identificar estándares superiores (personas con mejor rendimiento) que impulsen nuestra mejora.
Las comparaciones sociales suelen hacerse por similitud (si me percibo cercano al estándar o persona de comparación) o por contraste (si me percibo lejano al estándar o persona de comparación). Se han propuesto varios factores que influyen en la selección de las personas con las que nos comparamos, si bien, nuestra tendencia a ahorrar recursos cognitivos hace que, en ocasiones, no sea fruto de una cuidadosa selección, sino de procesos más automáticos.
En este sentido, la teoría sugiere que la necesidad de una autoevaluación precisa puede llevarnos a seleccionar personas que consideramos similares. Y es que si tu competidor tiene tu misma edad, el hecho de que, en la comparación de, por ejemplo, la habilidad atlética, resultes victorioso, indica más claramente tu superioridad en esa cualidad, que si te compararas con una persona mayor.
Por su parte, cuando buscamos el autoengaño, o mantener una visión positiva de nosotros mismos, podríamos seleccionar estándares inferiores (personas que consideramos con peor rendimiento o en peor situación que nosotros), pues, ante una comparación favorable, se puede lograr impulsar una imagen positiva de uno mismo. De ahí, que las personas con una imagen amenazada de sí mismas o inseguras puedan ser las más propensas a recurrir a este tipo de comparación.
Por último, las comparaciones ascendentes, con personas a las que consideramos con mejor rendimiento o en mejor situación que nosotros (sobre todo si se trata de una percepción de personas solo ligeramente mejores que nosotros, a las que vemos como alcanzables) pueden motivar a las personas y proporcionar información sobre cómo progresar.
Los estudios sugieren que normalmente cambiamos nuestra selección de estándares o personas de comparación, y que el hecho de escoger, en una situación determinada, una comparación ascendente, no significa que no podamos utilizar la descendente en otras circunstancias o para otros propósitos.
Sin embargo, ambos tipos de comparación social pueden resultar en efectos positivos y negativos, así que la dirección de la comparación (ya sea ascendente o descendente) no garantiza la dirección del resultado, que dependería más de la persona. Así, con comparaciones ascendentes, podemos sentirnos motivados para alcanzar objetivos, porque alguien que percibimos cercano a nosotros, los ha alcanzado también; pero igualmente, podríamos estar constantemente recordándonos que somos inferiores a otro, y esto afectaría a nuestra imagen y autoestima. Con comparaciones descendentes, sucede algo similar: deberíamos sentirnos mejor en nuestro estado presente y conformarnos pensando que hay quien está o lo hace peor; pero también podría generar infelicidad ante el recordatorio de que nuestra situación puede empeorar.
Además, la comparación social tiene otro efecto secundario: sus consecuencias motivacionales y afectivas, pues con frecuencia se generan emociones como el orgullo, la vergüenza, la admiración, el desprecio, la lástima o la envidia. Para reducir los efectos negativos de las comparaciones con otros en las que resultamos inferiores, las personas que no tienen suficiente autocontrol como para evitar que sus emociones se manifiesten en sus conductas, reaccionan a la defensiva: reduciendo la importancia de la cualidad comparada o atacando al estándar o persona superior. Estas estrategias no siempre funcionan, porque se basan en tareas de elaboración cognitiva (que requieren un esfuerzo), pero introducen elementos en las relaciones que las dificultan. Así, por ejemplo, la envidia, que destruye la autoconfianza y evita ver las propias fortalezas, puede surgir con dos formas distintas que son igualmente dolorosas, pero que tratan de reducir discrepancias en cuanto a nuestro estatus dentro del grupo: la envidia benigna, que eleva el deseo y nos impulsa a incrementar nuestros esfuerzos para alcanzar al otro superior; y la envidia maliciosa, que puede hacer que busquemos reducir las diferencias de estatus tratando de devaluar los méritos del otro.
Las teorías evolutivas postulan que la comparación social ha evolucionado para satisfacer una serie de necesidades que surgen en el grupo social. De ahí que, si bien nos ayuda a tener una imagen más clara de nosotros mismos y, sobre todo, de nuestro posicionamiento en el grupo social, lo cierto es que puede convertirse en una fuente importante de sufrimiento y en un obstáculo para la generación de vínculos sociales de calidad y para la toma de consciencia de nuestro propio camino de superación.
En línea con esta idea, Rosa Rabbani, Doctora en Psicología Social, apuntaba en una entrevista concedida al programa Aprendiendo Juntos 2030 (que puedes ver aquí), que la clave de la superación personal reside en dónde situamos el objeto de nuestra superación: si en el interior o en el exterior (superar a otros), siendo que, si hacemos lo último, nos estaremos poniendo zancadillas a nosotros mismos y estaremos cayendo en una trampa perversa que con frecuencia desemboca en celos, sufrimiento y bloqueo.
Para esquivar los efectos adversos de la comparación permanente y darle el lugar que le corresponde (información estratégica para saber cómo me posiciono ante mi grupo social), considero que podemos trabajar en los siguientes aspectos:
- Tomar consciencia de que cada persona tiene su abanico singular de fortalezas y de debilidades, y que arrastra una historia particular, que lo hace difícilmente comparable a cualquier otro.
- Centrarnos en descubrir quiénes somos y quiénes queremos ser, tratando de identificar cuáles son nuestros valores (nuestras metas personales), de encontrar sentido (significado o coherencia) en cada situación de nuestra vida.
- A partir de ahí, cultivar y entrenar tres fortalezas especialmente oportunas para la tarea que nos ocupa:
- El control atencional: ser capaz de prestar atención a lo que decido prestar atención; por ejemplo, a mi desarrollo personal.
- La gratitud por lo que uno ya tiene y ha conseguido desde donde ha partido. Se trata de maravillarse y de tomar como un regalo todo lo que nos ha dado la vida, de reparar en lo positivo, o de ver lecciones en las dificultades.
- Y la autocompasión (el acompañamiento y la ausencia de crítica), para seguir entrenando desde la amabilidad y el reconocimiento de nuestros avances.
Te propongo, por tanto, que apuntes estas nuevas habilidades (y, en concreto, la gratitud y la autocompasión) a nuestro plan de entrenamiento mental, como una obligación, porque lo obligatorio no es más que lo que necesitamos para ser y tener bienestar.
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Bibliografía
Crusius, J., Corcoran, K., & Mussweiler, T. (2022). Social comparison: Theory, research, and applications. Theories in social psychology, 165.